Mentiría si dijera que ha sido una decisión consciente la de esperar tanto tiempo para comentar la publicación del disco, pero ahora me alegro de que, por las razones que sea, hayan pasado estos meses en los que mi perspectiva sobre él ha cambiado. Empecé compartiendo las opiniones más extendidas, las más obvias también: Que era un disco más blando, que se habían quedado a mitad del recorrido que las composiciones admitían, que faltaba rock, que era otra cosa. Pero luego, con las segundas y terceras escuchas, fui reconociendo algo que pasa casi siempre cuando algo reviste profundidad, y que es un obstáculo que tiene que vencer también cualquier “no iniciado” en Extremoduro: Que detrás de lo que hace este grupo siempre hay mucho más que lo que salta a la vista o al oído. Que detrás de esa inclinación por la poesía soez, grosera, callejera, hay un mensaje sincero y hermoso, y, cada vez más, una música en la que priman los matices por delante de lo obvio. Y que, por lo tanto, hay que insistir.
Es cierto que al principio uno se queda como esperando algo, que la canción rompa, que termine de rabiar, que las guitarras se distorsionen del todo. Es como si sólo se estuviera mostrando la faceta más lírica del grupo, aparcando la descarga de adrenalina, la tormenta eléctrica en la que desembocaban los temas de “La ley innata”. Es quizá esto, lo que hace de su anterior disco un disco más completo.
Pero después, cuando uno va escuchando despacio los temas, cuando uno vuelve al disco después de un tiempo digiriéndolo, empieza a apreciar que medir siempre a Extremoduro por el rasero de Extremoduro, quizá no sea justo para el grupo, y no permita al oyente enfrentarse al disco sin prejuicios. No se puede buscar la desvergüenza “outsider” de sus cuatro o cinco primeros discos, ni la exhibición de talento desbordante que supuso la aparición de “Agila”, quizá el primer trabajo de estudio ante el que los medios generalistas - madre de Dios, qué palabra - ya no pudieron hacerse los sordos. Después, cuando por fin existían, cuando se le rendían audiencias que un par de años antes torcían el gesto cuando se les hablaba de Extremoduro, publicaron un directo al que llamaron “Iros todos a tomar por culo”, una nueva declaración de principios y una joya en lo musical. Yo los he visto en concierto y tengo que decir que pocos grupos consiguen lo que Extremoduro en directo. Una escenografía mínima, ni una concesión a lo teatral, a lo superfluo. Sólo música. Un trallazo detrás de otro, y luego otro más, y otro. Y una multitud ronca a base de corear todos los temas, con las camisetas empapadas, que no deja de pedir bises. En fin, ya está inventado, pero es mágico cuando sucede. El rock’n’roll.
Después llegó “Canciones prohibidas”, en mi opinión un punto flaco en su discografía, que a pesar de ello contenía un par de temazos como “Golfa” o “Salir”, clásicos en su repertorio desde entonces. Y si no es justo medir sus nuevos trabajos por todo lo dicho, desde luego no lo es compararlos con los dos siguiente de estudio: “Yo, minoría absoluta” y “La ley innata”. El primero es una nueva exhibición de talento compositivo de Robe Iniesta y una lección de Iñaki Antón como productor y arreglista, con ese sonido en el que empezaban a equilibrarse de forma única los arpegios y las guitarras limpias con momentos absolutamente metálicos y brutales. El segundo es, sencillamente, el disco total. Sólo seis canciones, larguísimas, (que podrían ser consideradas un solo tema, pues los últimos acordes de cada canción coinciden con los primeros de la siguiente) nombradas en cualquier caso como si de los movimientos de una composición clásica se tratase, cuyas letras giran todas en torno a la figura del hombre abandonado, pero articuladas de una forma que deja que en ellas se cuele la realidad en todas sus facetas: La guerra, el caos, el mundo destrozándose a dentelladas allá afuera, mientras aquí dentro, en casa, aquí dentro, en el corazón, se está solo, muy solo, sin ella. Algo así vendría a ser. Todo envuelto por una nueva muestra de orfebrería musical de Inaki, que consigue hilvanar todas las piezas, crear todas las atmósferas y estados de ánimo que sugieren los textos de Robe, yendo desde el desvalimiento, la ternura, hasta la crispación más absoluta, para volver de nuevo al punto de origen. En mi opinión es su mejor trabajo, por eso no es justo medir todo lo que venga detrás por ese estratosférico listón que ellos mismos se han puesto.
Si uno escucha “Material defectuoso” de forma aislada, y tiene la paciencia para ir profundizando en esa escucha, comprende que al fin y al cabo se trata de una creación artística y que, como cualquier acto de este tipo, si ha surgido de forma sincera, se ha de corresponder con el estado de ánimo y el momento vital de su creador. En literatura hay una palabra para eso: Letraherido. Y tratándose de Robe, el término es más que aplicable. Quizá ante las cosas que antes le provocaban un mero ataque de rabia, en este momento reacciona asumiéndolas como inevitables, inherentes a la debilidad, a la estupidez de la condición humana. Quizá en esta época de desastres planetarios y globales, de crisis económicas, ecológicas, ideológicas y escatológicas, el poeta se siente abrumado, arrastrado en mitad de todo ese vendaval. Y en vez de dar patadas a las puertas, decide entenderlo, contarlo, cantarlo. En todos los temas del disco pesa más esa melancolía y esa lucidez, que la descarga rockera que se les presupone, pero el resto de las virtudes que han hecho de Extremoduro lo que es, están todas, a gran altura. Esa capacidad de Robe de encontrar poesía en las aceras, en los callejones, en el rincón más oscuro de una casa demasiado vacía. En hablar de lo de dentro a base de cantar lo de fuera. Ahí están los estribillos de “Desarraigo” (....arranqué un ramo de flores / se lo regalé a mi amante, / dijo que no las quería, / que estaban mejor antes...); “Mi espíritu imperecedero” (...regalé mi alma imperecedera/ para que nunca más me duela...); la bilis de “Otra inútil canción para la paz” (...me ha cagado en la calle una paloma / que llaman, de la paz, la mensajera, / me calienta el calor de las personas / y hace un frío que pela por la acera...), que además contiene los mejores momentos de guitarra de todo el disco; o el arsenal de matices que despliega “Si te vas” a lo largo de sus más de ocho minutos de duración (...he robado, / he mentido/ y he matado también el tiempo; / he buscado lo prohibido / por tener buenos alimentos.../ Y es que la realidad que necesito / se ha ido detrás de ese culito / que delante de mí se paró por fin, / un día con una noche oscura, / esperando, por ver si saliera la luna...¡Ay, luna...!). El disco cierra con “Tango suicida”, que fue el adelanto que el grupo subió a su página oficial unos meses antes del estreno (...ya todo el año / me hace daño, / me vuelvo a llevar a patadas con la primavera...), y con “Calle Esperanza S/N” (... ¿Tu casa dónde está? / Entre viento y nieve. / No me pienso alejar, / por si se mueve...).
Por supuesto para darle lustre y unidad a todo se hace indispensable una vez más la maestría del “Uoho”, un Inaki Antón que sigue en permanente estado de gracia, y que vuelve a hacer mil y una filigranas para encajar dentro de unas formas musicales el torrente creativo y la desmesura de Robe. En este caso vuelve a optar por las estructuras largas, progresivas, aunque liberadas de la etiqueta de lo conceptual, que en “La ley innata” le obligaba, después de desplegarse, a regresar al tema principal que vertebraba el disco. Los arreglos también insisten en el gradual coqueteo de Extremoduro con los recursos del blues, el uso de los arreglos orquestales, cuerdas y metales, con especial protagonismo del saxo, y lo dicho, lo único que se echa en falta es que las guitarras rítmicas estuvieran un poco más afiladas, crispadas, y que en algún solo que otro el “Uoho” se desmelenara del todo y acabara arrancándole a la solista uno de esos punteos en los que parece estar estrangulando la guitarra.
Os he ido mencionando los títulos de los temas y algunos extractos de las letras porque es la forma más rápida de que os hagáis una idea, de que tengáis un primer acercamiento, aunque lo mejor es que busquéis por los títulos en youtube, y hagáis lo que se hace con las canciones, (menos con las de Amaia Montero) es decir, escucharlas.
Como botón de muestra os dejo el enlace de “Si te vas”, el cuarto tema del disco. Es el más largo - como he dicho pasa de los ocho minutos -, pero bueno, no siempre es verdad eso de que lo bueno, si breve, dos veces bueno. Y si no, que le pregunten a Josefina.